Muy a menudo me encuentro, en el consultorio, con padres muy preocupados porque los maestros consideran a su hijo un rebelde, un díscolo. Sus boletines, de acuerdo a la información de los docentes, muestran un desempeño deficitario: no estudian, no prestan atención, no se integran fácilmente. Pero esta apreciación del colegio muchas veces no coincide con lo que los papás ven. Entienden que sus hijos son curiosos, que leen precozmente, que inventan juegos, que preguntan mucho mucho, y que ante una determinada respuesta, incluso, continúan preguntando. Los chicos, por su parte, ante nuestra indagación, responden: "yo ya lo sé todo". Claro que no saben exactamente todo, pero su evaluación permite entender el fenómeno y permite entonces pensar acerca de los esquemas precisos que exigen la mayoría de las instituciones educativas.
La frase "me aburro en clase" es recurrente. El niño dotado no necesita trabajar demasiado. La evaluación del entorno le permite sacar rápidas conclusiones. Estos niños son, en general, un inconveniente para los maestros, ya que estos tienden a "uniformar" la enseñanza, de modo que los conceptos enseñados lleguen a una mayoría. El niño dotado maneja sus propios tiempos. Regula su aprendizaje de acuerdo a sus particulares intereses. Sus métodos deductivos son originales; sus preguntas también lo son y sus exigencias ponen al maestro y a los padres en situaciones harto molestas.
¿Qué debemos hacer con ellos? Entiendo que el estímulo básico no será aportado por los medios educativos formales, sino por la propia familia, que deberá otorgar todo aquello que se constituya en un requerimiento para sus necesidades intelectuales y afectivas y facilite de esta manera su particular búsqueda. Los padres, así, deben asesorarse con profesionales especializados en el tema, para que los vayan guiando en este camino que de por sí es complejo, ya que estos niños deberán ser tratados con sumo cuidado, debido a su alta sensibilidad y particular percepción del mundo.
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